Las plazas renacientes de Peñaranda de Duero

Penna aranda, pequeño poblamiento en altura del s. IX, tras una larga historia de aldea medieval alcanza su plenitud de villa feudal en el s. XV, como sede principal de los estados de los condes de Miranda.

Fue Pedro de Zúñiga y Avellaneda, II conde de Miranda, yerno de los condestables de Castilla y miembro destacado de la nueva nobleza bajomedieval con mesnada propia en las campañas militares de los RRCC, quien en la 2ª ½ del s. XV reedificó el castillo, construyó la muralla y mandó erigir el rollo jurisdiccional, convirtiendo a Peñaranda en villa con jurisdicción señorial, concejo, judería, mercado, puente ojival sobre el Arandilla y varias Iglesias (S. Martín, S. Miguel, San Roque..).

Se alcanzaba la plenitud de la villa feudal sobre un emplazamiento en pendiente, abarrancado y con trazado caótico e irregular, donde destacaba la plazuela de las Iglesias de S. Martín y San Miguel como elemento articulador de la ocupación interior de la muralla, formada por un caserío abigarrado de casitas de tapial, talleres, tiendas, corrales y huertas, sin apenas espacios públicos.

De esta época ha desaparecido casi todo, pero se conservan la plaza de San Martín trazada como galgo a la carrera, el viario originario de algunas calles y la hondonada que drenaba la escorrentía de la ladera por la actual calle del Castillo, amén de muchas de las cimentaciones de las viviendas actuales que se encontraban dentro del recinto amurallado.

Los hijos de Pedro de Zúñiga, nobleza refinada con altos cargos en la Corte, decidieron construirse en Peñaranda una residencia familiar a la manera romana que tanto admiraban y acorde con los nuevos tiempos renacientes que venían de Italia.

Así, huyendo de la vega inundable del Arandilla, Fco. Zúñiga y Velasco, III conde de Miranda, mandó construir la nueva residencia condal, el palacio Zúñiga- Avellaneda, desbordando el sector suroeste de la muralla bajomedieval. Al palacio le seguirían la plaza Mayor, la colegiata Sta Ana, el hospital de la Piedad, los conventos y la nueva prolongación suroeste de la muralla. Es decir, todo el sector sur y suroeste de la villa medieval, mayoritariamente ocupado por huertas, se reacondicionó para dar cabida a la residencia palaciega con su huerta a poniente y la amplia plaza al solano, a la vez que se abrieron dos plazuelas nuevas: la del Concejo y la del Trinquete para conectar por el norte con el poblamiento existente.

Si el palacio surgía para generar ciudad, las plazas conformaban el espacio necesario para unir lo viejo y lo nuevo a través de la calle Real y las nuevas dependencias del séquito de los condes. Y también, para armonizar la integración visual y espacial del conjunto monumental, acogiendo los eventos ceremoniales de los nuevos tiempos, sesiones del Concejo, comitivas nobiliarias, mercados, festejos religiosos y de ocio…

Pero sobretodo, las plazas representaban los rasgos dinamizadores del nuevo urbanismo moderno, que al igual que se había hecho en Italia, recuperaban los viejos ideales de los tratados vitruvianos de la época clásica: “Venustas, Firmitas et Utilitas” (Belleza, Protección y Utilidad), convertidos en novísima actualidad: ”Omnia nova placet” (Todo lo nuevo emociona).

Un proyecto tan grandioso como dejado a medio hacer, porque en el siglo XVII los entonces Duques de Peñaranda se fueron a vivir a la corte de Madrid, dejando en su lugar, a un administrador de sus propiedades con escaso interés por la terminación y el mantenimiento de la villa ducal.

Por eso, el cabildo de la Colegiata, ausentes los duques, se convirtió, de facto, en el nuevo poder local, cerrando la puerta del mediodía de la colegiata y transformando todo ese sector entre Sta. Ana y la muralla en cementerio (hoy plaza de Santa Ana), actuación que desnaturalizaba el proyecto renacentista inicial. Antes, habían añadido contra la pared sur de los pies de la iglesia la casa parroquial.

Así, el eje de la plaza perdía su trazado originario de W a E, paralelo al camino de Aranda- Salas que iba por la actual calle Real; y como aguja imantada se orientaba con un nuevo eje N (castillo) – S (carretera de La Vid), acentuado con la ampliación de un pabellón galería – solana en la pared sur del palacio, que deformaba la geometría de la plaza, convertida en cuchilla de guillotina como veremos luego en el plano de Fco. Pons Sorolla.

Ya en el siglo XVIII este dibujo, guardado en el archivo de la Chancillería vallisoletana y realizado por un escribano del concejo para documentar un juicio sobre la linde de dos fincas urbanas del centro de la villa, nos muestra cómo aquel proyecto urbano de plazas renacentistas del siglo XVI había quedado reducido, doscientos años después, a cementerio y toriles, lugar de paso y de esporádicas diversiones. Siendo entonces los espacios más vividos, la plazuela del Concejo con su fuente y los cántaros de las mozas, y la del Trinquete con el juego de la pelota.

Nos acercamos al mundo contemporáneo con la litografía romántica de la plaza de los duques de Peñaranda que conserva la solidez añeja del palacio, el tránsito de la población campesina , la soledad y el estado de abandono; en definitiva, el deterioro de una historia en declive donde la grandeza del decorado ya no se corresponde con la pobreza sobrevenida de los modestos habitantes del lugar.

Y a comienzos del s. XX, los versos de D. Antonio Machado taladrando la candidez de nuestras conciencias.


”Castilla miserable, ayer dominadora,
vestida con andrajos desprecia cuanto ignora”

La dureza de la posguerra interminable de nuestra niñez, esta foto de los años cincuenta nos retrata como éramos: el gris que todo lo invade, la desnudez ajada de las fachadas, el parking de carros de labranza de la carpintería de los herrerillos, los perros famélicos vagabundeando por la plaza, el barro y el frío.

Y el decorado de las piedras siempre presente. Alguien debió pensar como el arcediano de Sevilla: “Hagamos una obra tan grande que quienes la vieren acabada nos hagan por locos”. Por Dios, cuál fue nuestro pecado para una penitencia tan desmedida y humillante?

Pero, … “Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira, cambian la mar y el monte y el ojo que los mira” continúa D. Antonio en Campos de Castilla.

Y llegó Pons Sorolla, el arquitecto, el médico que nos salvó las plazas. La grande, la de los duques y el postureo. La chica, la de Pons Sorolla, la de la fuente y el Ayuntamiento que lleva su nombre en agradecimiento, claro!. Y la otra, la que no era, la del Trinquete abandonada al viento áspero de las “cuatro paredes” y la umbría de la Iglesia.

Fíjense bien en este hombre franquista, eso ahora no importa, que con su trípode y sus planos nos salvó para siempre del barro y la indigencia. No olvidéis su nombre e interesaros por descubrir quién era. Nunca se lo agradeceremos bastante.

Y con la restauración de Pons Sorolla, también llegó a Peñaranda el milagro español de los ’60. Es tal el cambio que sobran las palabras.

Casi cuatrocientos años después, podemos concluir que las plazas de Peñaranda han recobrado parte de su dignidad perdida. Se ha renovado el pavimento renacentista con cuadrículas de granito y morillo. Se han remozado los edificios monumentales, reubicando el rollo jurisdiccional en su interior. El caserío luce su esplendor constructivo, limpio de viejos estucos y recubrimientos desconchados.Y estos espacios públicos, amplios, diáfanos y sin coches, mantienen vivo el esplendor y grandeza de aquel proyecto urbano originario del siglo XVI.

Más información:

Ordenación de la plaza de Peñaranda de Duero (Burgos) / Luis Menéndez Pidal

Francisco Pons Sorolla. Arquitectura y restauración en Compostela (1945-1985)

El Ducado de Peñaranda: su origen y desarrollo hasta la desaparición del linaje de los Zúñiga. Soler Navarro, Ana María (2010) El Ducado de Peñaranda: su origen y desarrollo hasta la desaparición del linaje de los Zúñiga. [Tesis]

El territorio de Clunia y su evolución entre los siglos I a. C. y X d. C.: Perspectivas arqueológica e histórica. Camacho Vélez, Gustavo

Autor: Vicente Arranz. Verano 2019

Cuadro Virgen de la O. Hospital de la Piedad de Peñaranda de Duero. V. Arranz

“…Quien a Dios tiene nada le falta«.

«Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza;  quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta.” Esta larga reflexión de Santa Teresa, por quien María de Zúñiga, I duquesa de Peñaranda, sentía sincera admiración, define la nueva religiosidad de cilicio y desprendimiento que se impuso por estas tierras después del Concilio de Trento.

La Virgen de la O, de la Esperanza o de la Expectación, que también así se la conoce, es una representación de la Virgen María llevando en sus entrañas al hijo de Dios por milagro divino. Se celebra el 18 de Diciembre y gozó de gran devoción popular entre las parejas  con dificultades para tener hijos.

Doña María de Zúñiga Avellaneda y Pacheco, viviendo en Italia con su marido Juan de Zúñiga como virreyes de Nápoles, encargaron este cuadro devocional para conseguir, “con ayuda espiritual”, asegurarse la descendencia de su linaje. Pues cumplir con Dios y con su Familia, escribe Mª José Zaparaín, fueron las dos principales preocupaciones que marcaron la vida de la duquesa. Por eso aceptó, siendo casi una niña, casarse con su tío Juan, hermano  menor  de su padre  pero bastante más mayor que ella. Y por eso, fallecido su marido, donó este cuadro de su colección particular al Hospital de la Piedad, edificio construido por sus bisabuelos y cuyo Patronato ella regentaba.

El cuadro pintado por Fabricio  Santafede en los últimos años del reinado de Felipe II, forma parte de esa influencia de ida y vuelta entre los diferentes territorios del Imperio español, en este caso el Reino de Nápoles, donde los cargos políticos, el decoro y la austeridad pietista llegaban  de Madrid y los gustos pictóricos eran más italianos.

Fabricio Santafede, “el raffaello napolitano”, era al recibir el encargo un pintor en alza. Había aprendido  su oficio en los talleres de discípulos de Rafael y Miguel Ángel y de la observación de las  obras de  maestros venecianos que había en Nápoles, amén de su amistad con el flamenco Wenzel Cobergher.

En el lienzo, la Virgen Reina y Madre de la casa de Abraham y de la estirpe de David, es casi una escultura elevada del mundo terrenal por ángeles querubines para recibir el misterio de la Encarnación  y la corona de Reina de los cielos. Se trata de una pintura para el  Oratorio de una mujer  noble, culta, cristiana ferviente, gran devota de la Virgen y de rosario diario que busca en la contemplación del cuadro, mientras reza, reforzar su devoción y dar gracias a la Virgen por compartir sus preocupaciones.

Es por tanto, un lienzo de encargo donde priman el fervor religioso y los ideales contrareformistas  sobre  el  virtuosismo  y  sutilezas  pictóricas  del  último  manierismo  de Santafede, evidente  en su Anunciación del monasterio de La Vid,  pero que  en este Virgen de la O anticipa  la teatralidad y los contrastes de luz y color del Barroco.

El hospital de la Piedad construido con  tipología renacentista por los condes de Miranda  en 1530, nació como obra piadosa para  “acoger a los pobres y demás personas miserables que a él llegasen…y que no tuvieren hacienda con que poderse curar”.

Un siglo después, su biznieta  María de Zúñiga, con el mismo espíritu de ganarse el cielo con buenas obras, actualizó el Patronato y donó el cuadro Virgen de la O para presidir el retablo del altar mayor de la capilla en donde ha permanecido desde 1609 hasta la actualidad.

Y donde  ennoblece el viejo edificio renacentista, restaurado recientemente para residencia de ancianos, manteniendo vivo aquel ideal humanista de ayudar a los más necesitados para ganarse  el cielo, o al menos,  ganarse en vida el reconocimiento de los demás.

Colegiata Santa Ana. Peñaranda de Duero. V. Arranz

“Todo es poco para honrar al Creador…” debió pensar Doña María Enríquez de  Cárdenas, una mujer noble, adinerada y muy religiosa, sobrina nieta de los Reyes Católicos, prima de los Condestables de Castilla, viuda del tercer Conde de Miranda D. Francisco de Zúñiga  Avellaneda y Velasco, y principal valedora de la construcción de la  Iglesia parroquial de  Santa Ana.

La condesa encargó en 1540 al  maestro de cantería cántabro, Bartolomé Pierredonda, las trazas  para la construcción de una nueva iglesia que hiciese  justicia a la importancia de Peñaranda como “villa señorial” de los Zúñiga Avellaneda  y que absorbiera  a las dos  parroquias románicas de San Martín y de San Miguel, pequeñas y de acceso incómodo.  Pierredonda era un viejo conocido de la familia, pues había trabajado de tasador y veedor en la capilla de los Condestables de la Catedral de Burgos y  además, dirigía  por esas fechas  las obras de la capilla  sepulcral de su marido en la Iglesia del Monasterio de La Vid.

Doña María  apostó muy fuerte, y lo que debía haber sido una coqueta y exquisita  parroquia de villa se convirtió en una desmedida  Iglesia colegial que completaba el  proyecto renacentista de los condes, construyéndose en la amplia explanada que se extendía delante del recién estrenado Palacio, aunque se tuvieron que comprar varias casas de la actual calle Trinquete para  hacer posible  el nuevo inmueble.

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No se reparó en gastos  y la  generosa  patrona se comprometió a  pagar una renta anual de 150.000 maravedíes  (equivalentes a unos 65.000€) hasta que se terminasen las obras. Nacía así la Iglesia de Santa Ana, no solo como Parroquia de Peñaranda sino como Iglesia de los  condes de Miranda, ellos fueron quienes la pagaron, “Señores” de la zona, “Grandes” de España  con importantes cargos en la Corte y con Jurisdicción sobre  buen  número de lugares de la Corona de Castilla.

La contrata de construcción se adjudicó a Pedro de Landa, un maestro de obras  vecino de Peñaranda que había trabajado en la catedral del Burgo de Osma y en el monasterio de La Vid. La piedras se trajeron de Ciruelos de Cervera, a 30 km al norte, cerca de Silos y en los 50 años que duró su construcción también  trabajaron otros arquitectos conocidos, como Rodrigo Gil de Hontañón y Pedro de Rasines, que cambiaron  la capilla  de la cabecera y la ubicación de la  torre campanario.

La Iglesia se había trazado por Pierredonda para que su interior  fuese  un espacio amplio, monumental y luminoso  acorde con los deseos de sus patronos, los  condes de Miranda.

La obsesión por la luz y la grandeza interior se consiguieron  con el  elemento renacentista de una gran nave central desnuda en cruz latina y las elevadas cubiertas  góticas con bóvedas de crucería  tan del gusto de la época y de R. Gil de Hontañón.

Y para que el exterior completara el conjunto monumental de la “nueva villa ” se  proyectó una puerta de entrada a los pies de la Iglesia con escalinata y portada monumental clásica, a la manera del Palacio, una  torre campanario exenta, posiblemente donde se construyó la casa del abad (hoy casa parroquial) y una fachada principal en la puerta del mediodía, con todo el espacio de lo que luego se convirtió en cementerio. Proyecto que se modificó  al construirse. Esta tipología  se encuentra  en otras Colegiatas coetáneas de la zona,  como Santa María de Roa o la Colegiata de Berlangas de Duero,  proyectadas por los mismos arquitectos pero con menos pretensiones que la de Peñaranda.

Cuando el nieto de la fundadora D. Juan de Zúñiga y Bazán, I Duque de Peñaranda  da por finalizadas las obras y consigue el título de Colegiata para la Iglesia, fundando el Cabildo Colegial, faltaban por rematar las puertas de acceso al templo y casi todo el programa iconográfico interior.

Que las puertas de acceso fueron un quebradero de cabeza se manifiesta  en el número de marcas cegadas en los muros exteriores sobretodo en el sector norte,  las populares Cuatro Paredes, y por los cambios introducidos -en mi opinión – al realizarse la obra. Los herederos de la condesa enseguida se dieron cuenta que Peñaranda no sería una copia “Señorial” de la Corte de Madrid, -de hecho el palacio que los Miranda habitaban en Madrid era un caserón indigno de tan rancio apellido,- y plegando velas concluyeron las obras  muy lejos de la grandeza con que fueron proyectadas.

En consecuencia, se alteraba la traza inicial  del edificio que se quedaba sin fachada principal, sin prisa por completar las capillas privadas laterales y con el cimborrio desnaturalizado por el solapado de la torre campanario. Además se rompía la  armonía del conjunto urbano renacentista, Palacio -Plaza Mayor – Colegiata  al cerrarse la plaza de la Iglesia para convertirla en   “camposanto “.

Y cuando  150 años después, se hizo un último esfuerzo  con la  fachada, se añadió a la puerta de los pies la fachada retablo de fray Pedro Martínez -de tipo barroco- con  escalinata y atrio porticado de vallas de forja y columnas clásicas de mármol, amén de los bustos romanos.

Un conjunto – el de la fachada actual –  que constituye un añadido mediocre, casi raquítico para  la noble grandeza de sus orígenes.  Y que deja pendiente  – ahora que se ha recuperado el antiguo cementerio con la nueva  plaza de Santa Ana – devolver la  entrada principal  a  la puerta del mediodía y recuperar el lienzo de  muralla de la  plaza  a  su cota de suelo original.

Asignatura pendiente que nuestra historia posterior no ha sido capaz de reponer como sí  lo hizo con el Palacio y la Plaza,  actuaciones   que nos llenan de esperanza para que algún día podamos recuperar la ex-Colegiata y el conjunto renacentista de  villa señorial del s. XVI, con todo el esplendor con  el que fueron  concebidos.

Vicente Arranz

Estela hispanorromana. Peñaranda de Duero. V. Arranz

“Ana Maluga amaba tanto a su marido Gaio
Petelio Paterno que quiso permanecer junto a él hasta la eternidad”

Este es el escueto mensaje de la inscripción que figura en la parte inferior de la estela de Peñaranda de Duero.

Y esa “dignitas” familiar, labrada maravillosamente en una lápida de piedra caliza, hoy nos llena de orgullo al poder reconocernos en la nobleza de su gesto y en la delicada belleza de su ejecución. Máxime, cuando todo esto sucedió hace casi 2000 años.

G.·PETELIO·PATERNO · G.·HAERIGI·F· ANNO·LVI · ANNA·MALUGA·VXOR · MARITO

“A mi marido(difunto) de 56 años Gaio Petelio Paterno, hijo de Gaio Herigio Su esposa Ana Maluga”

Una estela es un monumento funerario de piedra maciza dispuesta en posición vertical sobre el suelo, representa el paso de la vida al más allá  y señaliza el lugar de enterramiento del difunto, siempre fuera de la ciudad.

El politeísmo religioso romano tuvo su correspondencia en la diversidad de ritos funerarios, pero la pulcra asepsia de la incineración y la sobria dignidad de la Estela son los dos componentes que mejor recogen la actitud de Roma ante la muerte.

Henner von Herzberg, experto arqueólogo alemán del mundo clásico, considera que los “monumenta funeraria” romanos son una muestra de los valores de la ciudadanía de Roma y un escaparate de prestigio social.

Por eso, la familia Petelio, perteneciente a la gens Galeria y representantes de la élite celtibérica, eso sí, plenamente romanizada,  nos muestra en su estela funeraria la pervivencia en el más allá de los logros que han alcanzado en vida, el “honor” del difunto G. Petelio y la “virtus” de su esposa Anna Maluga, que la mandó construir; grabando en la dureza de la piedra caliza el reconocimiento  social de su  memoria.

La esposa A. Maluga se gastó sus buenos sestercios contratando a canteros, tallistas y grabadores de oficio reconocido, porque la talla en bajorrelieve con depurada técnica a bisel, la iconografía del disco solar generador de los cambios de la vida, el calado geométrico del cuerpo central y la “ordenatio” de la inscripción son de gran calidad y refinamiento técnico.

Tradición y modernidad. El fondo cultural celtibérico -con las referenciales astrales, la figuración geométrica y los “nomen” gentilicios indígenas- se integra en  un nuevo molde romano donde los monumentos funerarios, la  técnica de talla a bisel  y los nombres autóctonos latinizados nos ilustran de la modernidad y de los cambios que se han operado por estas tierras altas del Duero, allá por el s. II de nuestra era.

Si estuvo en el entorno de Clunia Sulpicia junto a otras estelas, como las encontradas en San Juan del Monte, Peñalba de Castro, Coruña del Conde, Huerta del Rey…, formando un conjunto funerario a lo largo de una calzada principal romana, o si por el contrario, permaneció con noble quietud entre cipreses y jardines en una villa de su propiedad, nunca lo sabremos.

Pero en 1905, el estudioso padre agustino Tirso López, escribía “La inscripción se ve en la esquina de un edificio bajo que hace frente al cuartel de la Guardia Civil en la calle Real de Peñaranda de Duero”.

Años más tarde, se trasladó la estela al Museo Arqueológico de Burgos donde permanece en la actualidad. Aislada  del sentido y de los valores culturales  con los que fue concebida.

“…En el mundo romano,
los monumentos funerarios deben ser considerados, por encima de todo, como elementos de autorrepresentación social y de prestigio, orientados tanto a la exaltación del difunto como a la de su familia, al tiempo que a recordar a paseantes, observadores o visitantes, valores fundamentales como la virtus, la pietas e incluso el honor del difunto, contribuyendo así de manera decisiva a la perpetuación social de su existencia”
. Hesberg, 1994.

A las piedras como a las plantas no les sienta bien cambiar de sitio, pues pierden su ubicación y desorientadas,  mueren. Por eso, consérvese la piedra romana  en el museo. Y recuperemos la “virtus y la pietas ciudadana” de nuestra estela, con una reproducción del original en acero corten, para situarla con sus dos metros de altura cerca del actual  Cementerio…  Como justo  homenaje a ese viaje a “la modernidad y a la permanencia” que los Petelio iniciaron en la antigüedad y que al final de nuestras vidas todos  debiéramos  emular. Vicente Arranz. Invierno 2019.

Arte y Cambio Climático

El Prado y WWF se unen en defensa del Clima.

La ONG WWF y el Museo del Prado se han unido con motivo de la celebración de la Cumbre del Clima en Madrid para mostrar cómo sería un planeta si la temperatura aumentara más de 1,5ºC, el punto de inflexión que establecen los científicos para evitar los peores daños del cambio climático. Cuatro de las más icónicas obras de la colección permanente del recinto han sido modificadas mediante montajes fotográficos para mostrar los estragos del calentamiento global. En concreto, han seleccionado obras maestras como: Felipe IV a caballo, de Velázquez; Los niños en la playa, de Joaquín Sorolla; El quitasol de Goya; y El Paso de la laguna Estigia, de Patinir, para alertar sobre el aumento del nivel del mar, la extinción de las especies, el drama de los refugiados climáticos o la desaparición de los ríos y cultivos por la sequía extrema. Enlace.

Rollo jurisdiccional. Peñaranda de Duero. Vicente Arranz

Rollo Peñaranda de Duero. Dibujo. Carmen Arranz. 2019

Apuntaba alto, ya lo creo que apuntaba alto en 1472, D. Pedro de Zúñiga y Avellaneda, 2º conde de Miranda casándose con Catalina de Velasco y Mendoza, hija de los Condestables de Castilla.

Tan ventajoso matrimonio, le emparentaba con lo más granado de la nobleza castellana, hacía las paces con los Reyes Católicos y poco después, capitaneaba con su suegro y otros nobles la conquista del Reino de Granada.

Los éxitos en el campo de batalla y el favor de los Reyes le otorgaron el privilegio jurisdiccional para la sede de su mayorazgo, inmortalizado con la construcción del Rollo monumental que reconocía a Peñaranda como Villa Señorial con jurisdicción propia.

El Rollo se constituía en icono y aviso para caminantes de la existencia  en la villa de una autoridad señorial con autonomía fiscal y judicial. Además de reflejar la riqueza e identidad de los nuevos “Señores”.

Hacia el año 1485, los maestros de cantería de origen alemán, Juan de Colonia y su hijo Simón trabajaban con taller propio en la ciudad de Burgos construyendo el Palacio (Casa del Cordón) y la Capilla de los Condestables en la Catedral.

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Cimborrio capilla de los Condestables. Catedral Burgos. Los Colonial

Por esas mismas fechas los condes de Miranda, hijos de los condestables, encargaron el Rollo Jurisdiccional de Peñaranda.

Rollo gótico-isabelino, siglo XV. Peñaranda de Duero.

Tan noble como sus promotores, el Rollo se alzaba  majestuoso sobre  un graderío de seis escalones de piedra con la  imponente  verticalidad de casi 15 metros de altura.

Emblema de poder, justicia y riqueza, el Rollo aunaba la dignidad de la nueva villa jurisdiccional de Peñaranda, el poderío de los condes  de Miranda y el trabajo preciosista e internacional de los maestros de cantería burgaleses.

De los 39 Rollos documentados en la provincia de Burgos ninguno se le compara ni en porte ni en riqueza ornamental. Y de los casi dos centenares que aún existen en España, únicamente el rollo levantado un siglo más tarde por los Pimentel en Villalón de Campos se le resiste por conservación y ornamentación, pero no por antigüedad o grandeza.

En origen, el Rollo estaba ubicado fuera de la muralla en la  entrada sur de la localidad, frente a la puerta del Arco de la plaza, conocida como puerta de la Villa.

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Quien tuvo la dicha de contemplarlo recién inaugurado… Bien pudo exclamar: “¡Qué  maravilla!”:

Impresionado por el grandioso  pilar fasciculado de blanca piedra caliza.

-Los pendones desplegados y los escudos pintados.

-Las vigilantes cabezas con forma humana de los leones protectores y la variedad de las ménsulas  con atrevidas figuras animales.

-Y por la afilada aguja  terminal, labrada con motivos vegetales y bolas en croché  que se perdían en el cielo…

Los Decretos de las Cortes de Cádiz de 1811 ordenaron a los municipios destruir los rollos y picotas por considerarlos símbolos de vasallaje y dominación feudal. En Peñaranda como en otras lugares, el Rollo se  mantuvo en pie a cambio de eliminar los símbolos señoriales: se destruyó el anclaje de los gallardetes, se picaron los escudos, se cortaron las cabezas de los leones y se tronchó el remate final por una veleta de acero sin valor  ornamental. La mutilación más que   simbólica fue severa.  

Mutilaciones. Rollo Peñaranda de Duero.

¡Pobres Rollos! Se lamentaba el Conde de Cedillo en el Ateneo de Madrid a comienzos de 1917.

“Pobres Rollos Jurisdiccionales desposeídos de su emblema de autonomía municipal y convertidos  en Picotas (poste de exhibición de ladrones y asesinos)”.

Picota medieval. Maderuelo. Segovia.

Pero no fue el caso  de Peñaranda. Aún recuerdo el “cepo medieval” de madera que servía para esos menesteres y que tantos años después fue utilizado de banco para sentarse en el actual soportal del Ayuntamiento. La Casa de la Villa que fue Audiencia, tenía Sala de Presos.

Tras años de dejadez y abandono, fue declarado BIC en 1931 y Pons Sorolla en los años ‘60 lo integró en el proyecto de rehabilitación de la Plaza Mayor, reubicándolo sobre un graderío más pequeño en el sector sur de la plaza, su lugar actual. El obligado despiece y recolocación posterior, debido al traslado, se aprovechó para proteger las partes mejor conservadas, manteniéndose intacto el porte monumental del  fuste gótico-isabelino del s. XV, pese a los destrozos de los Decretos liberales y de los fríos inviernos castellanos.

Su actual ubicación ha servido para favorecer su conservación pero no para tener el protagonismo con el que fue concebido, por eso debiera salir de la plaza a su espacio originario  de extramuros.

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Sección Sur de la actual plaza Mayor de Peñaranda de Duero.

Y se debiera reordenar todo el conjunto de la calle La Cava, recuperando la grandeza que por justicia le corresponde al Rollo, como faro gótico que anuncia el carácter de Villa con jurisdicción señorial que Peñaranda tuvo y  las grandes construcciones renacentistas  que los “Señores”, condes de Miranda, realizaron  pocos años después.

Artículo escrito por Vicente Arranz para la revista del municipio,. 2018.