Las plazas renacientes de Peñaranda de Duero

Penna aranda, pequeño poblamiento en altura del s. IX, tras una larga historia de aldea medieval alcanza su plenitud de villa feudal en el s. XV, como sede principal de los estados de los condes de Miranda.

Fue Pedro de Zúñiga y Avellaneda, II conde de Miranda, yerno de los condestables de Castilla y miembro destacado de la nueva nobleza bajomedieval con mesnada propia en las campañas militares de los RRCC, quien en la 2ª ½ del s. XV reedificó el castillo, construyó la muralla y mandó erigir el rollo jurisdiccional, convirtiendo a Peñaranda en villa con jurisdicción señorial, concejo, judería, mercado, puente ojival sobre el Arandilla y varias Iglesias (S. Martín, S. Miguel, San Roque..).

Se alcanzaba la plenitud de la villa feudal sobre un emplazamiento en pendiente, abarrancado y con trazado caótico e irregular, donde destacaba la plazuela de las Iglesias de S. Martín y San Miguel como elemento articulador de la ocupación interior de la muralla, formada por un caserío abigarrado de casitas de tapial, talleres, tiendas, corrales y huertas, sin apenas espacios públicos.

De esta época ha desaparecido casi todo, pero se conservan la plaza de San Martín trazada como galgo a la carrera, el viario originario de algunas calles y la hondonada que drenaba la escorrentía de la ladera por la actual calle del Castillo, amén de muchas de las cimentaciones de las viviendas actuales que se encontraban dentro del recinto amurallado.

Los hijos de Pedro de Zúñiga, nobleza refinada con altos cargos en la Corte, decidieron construirse en Peñaranda una residencia familiar a la manera romana que tanto admiraban y acorde con los nuevos tiempos renacientes que venían de Italia.

Así, huyendo de la vega inundable del Arandilla, Fco. Zúñiga y Velasco, III conde de Miranda, mandó construir la nueva residencia condal, el palacio Zúñiga- Avellaneda, desbordando el sector suroeste de la muralla bajomedieval. Al palacio le seguirían la plaza Mayor, la colegiata Sta Ana, el hospital de la Piedad, los conventos y la nueva prolongación suroeste de la muralla. Es decir, todo el sector sur y suroeste de la villa medieval, mayoritariamente ocupado por huertas, se reacondicionó para dar cabida a la residencia palaciega con su huerta a poniente y la amplia plaza al solano, a la vez que se abrieron dos plazuelas nuevas: la del Concejo y la del Trinquete para conectar por el norte con el poblamiento existente.

Si el palacio surgía para generar ciudad, las plazas conformaban el espacio necesario para unir lo viejo y lo nuevo a través de la calle Real y las nuevas dependencias del séquito de los condes. Y también, para armonizar la integración visual y espacial del conjunto monumental, acogiendo los eventos ceremoniales de los nuevos tiempos, sesiones del Concejo, comitivas nobiliarias, mercados, festejos religiosos y de ocio…

Pero sobretodo, las plazas representaban los rasgos dinamizadores del nuevo urbanismo moderno, que al igual que se había hecho en Italia, recuperaban los viejos ideales de los tratados vitruvianos de la época clásica: “Venustas, Firmitas et Utilitas” (Belleza, Protección y Utilidad), convertidos en novísima actualidad: ”Omnia nova placet” (Todo lo nuevo emociona).

Un proyecto tan grandioso como dejado a medio hacer, porque en el siglo XVII los entonces Duques de Peñaranda se fueron a vivir a la corte de Madrid, dejando en su lugar, a un administrador de sus propiedades con escaso interés por la terminación y el mantenimiento de la villa ducal.

Por eso, el cabildo de la Colegiata, ausentes los duques, se convirtió, de facto, en el nuevo poder local, cerrando la puerta del mediodía de la colegiata y transformando todo ese sector entre Sta. Ana y la muralla en cementerio (hoy plaza de Santa Ana), actuación que desnaturalizaba el proyecto renacentista inicial. Antes, habían añadido contra la pared sur de los pies de la iglesia la casa parroquial.

Así, el eje de la plaza perdía su trazado originario de W a E, paralelo al camino de Aranda- Salas que iba por la actual calle Real; y como aguja imantada se orientaba con un nuevo eje N (castillo) – S (carretera de La Vid), acentuado con la ampliación de un pabellón galería – solana en la pared sur del palacio, que deformaba la geometría de la plaza, convertida en cuchilla de guillotina como veremos luego en el plano de Fco. Pons Sorolla.

Ya en el siglo XVIII este dibujo, guardado en el archivo de la Chancillería vallisoletana y realizado por un escribano del concejo para documentar un juicio sobre la linde de dos fincas urbanas del centro de la villa, nos muestra cómo aquel proyecto urbano de plazas renacentistas del siglo XVI había quedado reducido, doscientos años después, a cementerio y toriles, lugar de paso y de esporádicas diversiones. Siendo entonces los espacios más vividos, la plazuela del Concejo con su fuente y los cántaros de las mozas, y la del Trinquete con el juego de la pelota.

Nos acercamos al mundo contemporáneo con la litografía romántica de la plaza de los duques de Peñaranda que conserva la solidez añeja del palacio, el tránsito de la población campesina , la soledad y el estado de abandono; en definitiva, el deterioro de una historia en declive donde la grandeza del decorado ya no se corresponde con la pobreza sobrevenida de los modestos habitantes del lugar.

Y a comienzos del s. XX, los versos de D. Antonio Machado taladrando la candidez de nuestras conciencias.


”Castilla miserable, ayer dominadora,
vestida con andrajos desprecia cuanto ignora”

La dureza de la posguerra interminable de nuestra niñez, esta foto de los años cincuenta nos retrata como éramos: el gris que todo lo invade, la desnudez ajada de las fachadas, el parking de carros de labranza de la carpintería de los herrerillos, los perros famélicos vagabundeando por la plaza, el barro y el frío.

Y el decorado de las piedras siempre presente. Alguien debió pensar como el arcediano de Sevilla: “Hagamos una obra tan grande que quienes la vieren acabada nos hagan por locos”. Por Dios, cuál fue nuestro pecado para una penitencia tan desmedida y humillante?

Pero, … “Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira, cambian la mar y el monte y el ojo que los mira” continúa D. Antonio en Campos de Castilla.

Y llegó Pons Sorolla, el arquitecto, el médico que nos salvó las plazas. La grande, la de los duques y el postureo. La chica, la de Pons Sorolla, la de la fuente y el Ayuntamiento que lleva su nombre en agradecimiento, claro!. Y la otra, la que no era, la del Trinquete abandonada al viento áspero de las “cuatro paredes” y la umbría de la Iglesia.

Fíjense bien en este hombre franquista, eso ahora no importa, que con su trípode y sus planos nos salvó para siempre del barro y la indigencia. No olvidéis su nombre e interesaros por descubrir quién era. Nunca se lo agradeceremos bastante.

Y con la restauración de Pons Sorolla, también llegó a Peñaranda el milagro español de los ’60. Es tal el cambio que sobran las palabras.

Casi cuatrocientos años después, podemos concluir que las plazas de Peñaranda han recobrado parte de su dignidad perdida. Se ha renovado el pavimento renacentista con cuadrículas de granito y morillo. Se han remozado los edificios monumentales, reubicando el rollo jurisdiccional en su interior. El caserío luce su esplendor constructivo, limpio de viejos estucos y recubrimientos desconchados.Y estos espacios públicos, amplios, diáfanos y sin coches, mantienen vivo el esplendor y grandeza de aquel proyecto urbano originario del siglo XVI.

Más información:

Ordenación de la plaza de Peñaranda de Duero (Burgos) / Luis Menéndez Pidal

Francisco Pons Sorolla. Arquitectura y restauración en Compostela (1945-1985)

El Ducado de Peñaranda: su origen y desarrollo hasta la desaparición del linaje de los Zúñiga. Soler Navarro, Ana María (2010) El Ducado de Peñaranda: su origen y desarrollo hasta la desaparición del linaje de los Zúñiga. [Tesis]

El territorio de Clunia y su evolución entre los siglos I a. C. y X d. C.: Perspectivas arqueológica e histórica. Camacho Vélez, Gustavo

Autor: Vicente Arranz. Verano 2019

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