“…Quien a Dios tiene nada le falta«.
«Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta.” Esta larga reflexión de Santa Teresa, por quien María de Zúñiga, I duquesa de Peñaranda, sentía sincera admiración, define la nueva religiosidad de cilicio y desprendimiento que se impuso por estas tierras después del Concilio de Trento.
La Virgen de la O, de la Esperanza o de la Expectación, que también así se la conoce, es una representación de la Virgen María llevando en sus entrañas al hijo de Dios por milagro divino. Se celebra el 18 de Diciembre y gozó de gran devoción popular entre las parejas con dificultades para tener hijos.
Doña María de Zúñiga Avellaneda y Pacheco, viviendo en Italia con su marido Juan de Zúñiga como virreyes de Nápoles, encargaron este cuadro devocional para conseguir, “con ayuda espiritual”, asegurarse la descendencia de su linaje. Pues cumplir con Dios y con su Familia, escribe Mª José Zaparaín, fueron las dos principales preocupaciones que marcaron la vida de la duquesa. Por eso aceptó, siendo casi una niña, casarse con su tío Juan, hermano menor de su padre pero bastante más mayor que ella. Y por eso, fallecido su marido, donó este cuadro de su colección particular al Hospital de la Piedad, edificio construido por sus bisabuelos y cuyo Patronato ella regentaba.
El cuadro pintado por Fabricio Santafede en los últimos años del reinado de Felipe II, forma parte de esa influencia de ida y vuelta entre los diferentes territorios del Imperio español, en este caso el Reino de Nápoles, donde los cargos políticos, el decoro y la austeridad pietista llegaban de Madrid y los gustos pictóricos eran más italianos.
Fabricio Santafede, “el raffaello napolitano”, era al recibir el encargo un pintor en alza. Había aprendido su oficio en los talleres de discípulos de Rafael y Miguel Ángel y de la observación de las obras de maestros venecianos que había en Nápoles, amén de su amistad con el flamenco Wenzel Cobergher.
En el lienzo, la Virgen Reina y Madre de la casa de Abraham y de la estirpe de David, es casi una escultura elevada del mundo terrenal por ángeles querubines para recibir el misterio de la Encarnación y la corona de Reina de los cielos. Se trata de una pintura para el Oratorio de una mujer noble, culta, cristiana ferviente, gran devota de la Virgen y de rosario diario que busca en la contemplación del cuadro, mientras reza, reforzar su devoción y dar gracias a la Virgen por compartir sus preocupaciones.
Es por tanto, un lienzo de encargo donde priman el fervor religioso y los ideales contrareformistas sobre el virtuosismo y sutilezas pictóricas del último manierismo de Santafede, evidente en su Anunciación del monasterio de La Vid, pero que en este Virgen de la O anticipa la teatralidad y los contrastes de luz y color del Barroco.
El hospital de la Piedad construido con tipología renacentista por los condes de Miranda en 1530, nació como obra piadosa para “acoger a los pobres y demás personas miserables que a él llegasen…y que no tuvieren hacienda con que poderse curar”.
Un siglo después, su biznieta María de Zúñiga, con el mismo espíritu de ganarse el cielo con buenas obras, actualizó el Patronato y donó el cuadro Virgen de la O para presidir el retablo del altar mayor de la capilla en donde ha permanecido desde 1609 hasta la actualidad.
Y donde ennoblece el viejo edificio renacentista, restaurado recientemente para residencia de ancianos, manteniendo vivo aquel ideal humanista de ayudar a los más necesitados para ganarse el cielo, o al menos, ganarse en vida el reconocimiento de los demás.
Es una descripción del cuadro exhaustiva y muy bien acertada al cacter religioso y de fe de la duquesa de Peñaranda
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