
“Todo es poco para honrar al Creador…” debió pensar Doña María Enríquez de Cárdenas, una mujer noble, adinerada y muy religiosa, sobrina nieta de los Reyes Católicos, prima de los Condestables de Castilla, viuda del tercer Conde de Miranda D. Francisco de Zúñiga Avellaneda y Velasco, y principal valedora de la construcción de la Iglesia parroquial de Santa Ana.
IPeñaranda de Duero. J AVIER DÍEZ COMPADRE
La condesa encargó en 1540 al maestro de cantería cántabro, Bartolomé Pierredonda, las trazas para la construcción de una nueva iglesia que hiciese justicia a la importancia de Peñaranda como “villa señorial” de los Zúñiga Avellaneda y que absorbiera a las dos parroquias románicas de San Martín y de San Miguel, pequeñas y de acceso incómodo. Pierredonda era un viejo conocido de la familia, pues había trabajado de tasador y veedor en la capilla de los Condestables de la Catedral de Burgos y además, dirigía por esas fechas las obras de la capilla sepulcral de su marido en la Iglesia del Monasterio de La Vid.

Doña María apostó muy fuerte, y lo que debía haber sido una coqueta y exquisita parroquia de villa se convirtió en una desmedida Iglesia colegial que completaba el proyecto renacentista de los condes, construyéndose en la amplia explanada que se extendía delante del recién estrenado Palacio, aunque se tuvieron que comprar varias casas de la actual calle Trinquete para hacer posible el nuevo inmueble.

No se reparó en gastos y la generosa patrona se comprometió a pagar una renta anual de 150.000 maravedíes (equivalentes a unos 65.000€) hasta que se terminasen las obras. Nacía así la Iglesia de Santa Ana, no solo como Parroquia de Peñaranda sino como Iglesia de los condes de Miranda, ellos fueron quienes la pagaron, “Señores” de la zona, “Grandes” de España con importantes cargos en la Corte y con Jurisdicción sobre buen número de lugares de la Corona de Castilla.
La contrata de construcción se adjudicó a Pedro de Landa, un maestro de obras vecino de Peñaranda que había trabajado en la catedral del Burgo de Osma y en el monasterio de La Vid. La piedras se trajeron de Ciruelos de Cervera, a 30 km al norte, cerca de Silos y en los 50 años que duró su construcción también trabajaron otros arquitectos conocidos, como Rodrigo Gil de Hontañón y Pedro de Rasines, que cambiaron la capilla de la cabecera y la ubicación de la torre campanario.

La Iglesia se había trazado por Pierredonda para que su interior fuese un espacio amplio, monumental y luminoso acorde con los deseos de sus patronos, los condes de Miranda.
La obsesión por la luz y la grandeza interior se consiguieron con el elemento renacentista de una gran nave central desnuda en cruz latina y las elevadas cubiertas góticas con bóvedas de crucería tan del gusto de la época y de R. Gil de Hontañón.
Y para que el exterior completara el conjunto monumental de la “nueva villa ” se proyectó una puerta de entrada a los pies de la Iglesia con escalinata y portada monumental clásica, a la manera del Palacio, una torre campanario exenta, posiblemente donde se construyó la casa del abad (hoy casa parroquial) y una fachada principal en la puerta del mediodía, con todo el espacio de lo que luego se convirtió en cementerio. Proyecto que se modificó al construirse. Esta tipología se encuentra en otras Colegiatas coetáneas de la zona, como Santa María de Roa o la Colegiata de Berlangas de Duero, proyectadas por los mismos arquitectos pero con menos pretensiones que la de Peñaranda.
Portada de la Colegiata de Santa Ana, Peñaranda de Duero. Wikimedia
Cuando el nieto de la fundadora D. Juan de Zúñiga y Bazán, I Duque de Peñaranda da por finalizadas las obras y consigue el título de Colegiata para la Iglesia, fundando el Cabildo Colegial, faltaban por rematar las puertas de acceso al templo y casi todo el programa iconográfico interior.
Que las puertas de acceso fueron un quebradero de cabeza se manifiesta en el número de marcas cegadas en los muros exteriores sobretodo en el sector norte, las populares Cuatro Paredes, y por los cambios introducidos -en mi opinión – al realizarse la obra. Los herederos de la condesa enseguida se dieron cuenta que Peñaranda no sería una copia “Señorial” de la Corte de Madrid, -de hecho el palacio que los Miranda habitaban en Madrid era un caserón indigno de tan rancio apellido,- y plegando velas concluyeron las obras muy lejos de la grandeza con que fueron proyectadas.
En consecuencia, se alteraba la traza inicial del edificio que se quedaba sin fachada principal, sin prisa por completar las capillas privadas laterales y con el cimborrio desnaturalizado por el solapado de la torre campanario. Además se rompía la armonía del conjunto urbano renacentista, Palacio -Plaza Mayor – Colegiata al cerrarse la plaza de la Iglesia para convertirla en “camposanto “.
Y cuando 150 años después, se hizo un último esfuerzo con la fachada, se añadió a la puerta de los pies la fachada retablo de fray Pedro Martínez -de tipo barroco- con escalinata y atrio porticado de vallas de forja y columnas clásicas de mármol, amén de los bustos romanos.
Un conjunto – el de la fachada actual – que constituye un añadido mediocre, casi raquítico para la noble grandeza de sus orígenes. Y que deja pendiente – ahora que se ha recuperado el antiguo cementerio con la nueva plaza de Santa Ana – devolver la entrada principal a la puerta del mediodía y recuperar el lienzo de muralla de la plaza a su cota de suelo original.
Asignatura pendiente que nuestra historia posterior no ha sido capaz de reponer como sí lo hizo con el Palacio y la Plaza, actuaciones que nos llenan de esperanza para que algún día podamos recuperar la ex-Colegiata y el conjunto renacentista de villa señorial del s. XVI, con todo el esplendor con el que fueron concebidos.
Vicente Arranz